Don Fitz en su “La negación de la contaminación transgénica: controlando a la ciencia” [3]explicitaba que el gobierno de EE.UU. dedica unos 43 millones de dólares a la producción orgánica; a la comida industrial, del sistema, se le otorga 1120 millones… y que a la investigación médica, de laboratorio, se le brinda 30 000 millones. 27 veces más que a los alimentos comerciales y éstos (consiguientemente con riesgo de toxicidad) se llevan 695 veces lo dedicado a alimentos sin venenos… Dime qué presupuestas y te diré qué valoras…
Y en esclarecedora secuencia explica como los laboratorios se han hecho muy hábiles en maximizar la posibilidad de investigaciones tecnocientíficas que encuentren lo que los laboratorios quieren encontrar, mediante recursos y ardides diversos: otorgando miles de dólares a los académicos que hagan referencias favorables a sus drogas; logrando que escritores corporativos produzcan un artículo parcial o entero para un investigador –que puede ser o no el autor de la investigación original–; entregando cuantiosas sumas a los comités de consulta de los institutos nacionales de higiene (NIH) para que hablen y oficien como consultores.
Los NIH presuponen que no hay conflictos de intereses, y creen así preservar su “pureza”, sin embargo, como dice Fitz, la implicancia es tan inherente a tal relación como los caramelos al Halloween.
Fitz se pregunta el porqué de tal política: “¿Cómo es posible que en el siglo XXI […] las redes de alimentos industriales estén tan obsesionadas en desparramar transgénicos por todas partes cuando nadie los reclama y cuando ya se sabe que están sobrecargados con tantos peligros sanitarios y ambientales?
Porque los transgénicos son un componente fundamental en un inmenso plan de reemplazar a los campesinos, a los pequeños campesinos tradicionales, con enormes establecimientos agrofabriles, que procesen productos uniformes para el mercado global e ignoren las necesidades para alimentar a las poblaciones locales.”
¡Ésta es la clave!; lo que estamos viendo en Paraguay y Uruguay y antes en Argentina.
Y Monsanto y los Gates la están apresurando en África donde hay millones de km2 de tierras aptas para cultivo hasta ahora en manos de los campesinos que han alimentado tradicionalmente a sus poblaciones…