Por Silvia Ribeiro*, La Jornada, 27 de diciembre de 2014
Finaliza otro año en que las luchas de los pueblos del maíz, por caminos diversos, siguen frenando la liberación del grano transgénico en México, su centro de origen.
Es un tema de importancia global y un soplo de aliento ante tanto desastre que vive el país, con un estado que masacra hijas e hijos, jóvenes, campesinos, indígenas.
En noviembre de 2014, el jurado internacional del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) llamó en su sentencia final a prohibir el maíz transgénico en México, para contener la contaminación y la violación de los derechos de los pueblos que crearon el maíz.
Apeló a varias instancias de Naciones Unidas, como FAO y el Convenio de Diversidad Biológica a cumplir su obligación mundial de proteger el centro de origen del maíz (www.tppmexico.org).
Respaldó la medida judicial que suspendió la siembra de maíz transgénico, en respuesta a la acción colectiva presentada por 53 individuos y 20 organizaciones, y que pese al ataque concertado de trasnacionales y gobierno, sigue en pie.
El maíz es uno de los tres principales granos base de la alimentación de todo el planeta, y es la mayor hazaña agronómica que ha heredado la humanidad.
Los alimentos que consumimos no eran originalmente cómo hoy los conocemos, todas las semillas que se cultivan en el mundo son fruto del cuidado colectivo, de la crianza mutua que comunidades indígenas y campesinas vienen realizando desde hace siglos, convirtiendo las semillas en patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad, como resumió La Vía Campesina.
Las comunidades mesoamericanas crearon del teocintle, casi un pasto, una planta con mazorcas que se expresan en una enorme diversidad de colores, tamaños, sabores, propiedades, y que crece desde tierras calientes a nivel del mar hasta en frías montañas a 3 mil metros de altura.
Cuando llegaron los conquistadores, se sembraba maíz desde Canadá hasta Tierra del Fuego. Es una planta humanizada: no subsiste ni se multiplica sin la acción de los seres humanos.
Pero su polen se esparce con el viento, con los insectos, los pájaros, se casa con otros maíces, y esos con otros, moviéndose, alegrándose, alegrándonos y volviendo a crecer gracias a las manos campesinas que le dan cobijo, que lo alimentan y de él se alimentan y nos alimentan.
Los transgénicos violan todo esto. Son híbridos desarrollados en laboratorio, a los que les introducen genes de especies con las que nunca se cruzarían en la naturaleza, solamente para servir a la gran producción industrial y uniforme, con maquinarias pesadas, usando altos volúmenes de agrotóxicos.