Biopirateria: el robo de la vida
La biopirateria es el nombre que utilizamos cuando una empresa transnacional se apropia ilegalmente o sea, roba, mediante engaños, recursos biológicos (o alguna de sus propiedades) y de conocimientos ancestrales de los pueblos para luego utilizarlos y patentarlos, o sea, hacerse sus dueños, con fines comerciales después de convertirlos en productos. No conformes con robarse conocimientos y recursos biológicos, son estas empresas las que acusan de ladrones a campesinos e indígenas por utilizar plantas y productos ya patentados por la empresa.
La biopirateria se vale del saqueo de los recursos naturales vivos, o recursos biológicos, con el fin de utilizarlos en investigaciones científicas que habiliten la producción de artículos que puedan ser comercializados. Para ello, primero se acude a la bioprospección, es decir, la búsqueda y recolección de plantas o animales. Luego de investigar de qué están hechos esos recursos y para qué sirven, se procede a registrarlos ante la ley como propietario de sus descubrimientos. Esta apropiación del conocimiento es lo que se conoce como patentes.
Podemos afirmar que todas las patentes de la transnacional Monsanto fueron obtenidas bajo esta práctica de biopirateria, ya que esos conocimientos patentados son el resultado de miles de años de trabajo colectivo de las y los campesinos e indígenas en todo el mundo, que cuidaron y domesticaron cientos de variedades que luego las empresas se roban para trabajarlas en sus laboratorios y lucrar con ellas. Es decir, un conocimiento público y que pertenece a todos es apropiado por una empresa, quien se dice propietaria de dicho conocimiento a través de las patentes, para luego acusar de ladrones a quienes son los verdaderos promotores y guardianes de esos recursos y conocimientos.
Biocombustibles: comestibles convertidos en combustibles
Existe una campaña a nivel mundial de empresas y gobiernos que presentan a los biocombustibles como alternativa al consumo de petróleo y solución para problemas como el calentamiento global. Sin embargo hay una lógica comercial por detrás: las transnacionales de los transgénicos ven esto como una excelente oportunidad para aumentar sus ganancias y justificar el uso de transgénicos en nombre de un supuesto mejoramiento ambiental.
Empresas como Monsanto y Cargill se están avocando cada vez más a la producción de un tipo de biocombustible, el etanol, fabricado con maíz. De esta forma se está dedicando más terreno para la siembra de maíz amarillo para producir etanol que para maíz blanco, base de la dieta mexicana y con el que se hace la harina, elevando mucho el precio de las tortillas. Expertos señalan que el auge de los biocombustibles puede derivar en un aumento de los precios de alimentos, lo cual es sinónimo de más hambre para muchos. La cantidad de granos que se necesita para llenar el tanque de una camioneta con etanol es suficiente para alimentar a una persona durante un año. De esta forma, la producción de etanol a partir del maíz atenta de forma directa contra la soberanía alimentaria, al tratarse de un alimento básico para el pueblo mexicano.
Además, hay investigaciones que demuestran que el ciclo completo de producción de biocombustibles deja un saldo negativo en varios aspectos. En primer lugar, se necesitan grandes extensiones de tierra, lo cual eleva los índices de deforestación. Segundo, se utiliza mayor cantidad de agroquímicos, lo cual se traduce en una mayor erosión y contaminación de suelos y aguas. Tercero, además del gasto en combustibles que el proceso requiere, se necesitan grandes cantidades de agua: para producir un litro de etanol a base de maíz, se necesitan de 1.200 a 3.600 litros de agua. Por último, las grandes extensiones de tierra dedicadas a monocultivos para la producción de biocombustibles irremediablemente entran en disputa con aquellas destinadas al cultivo de alimentos, lo cual representa un grave riesgo para la soberanía alimentaria.