Esclavos nucleares en Fukushima
Las potencias occidentales aseguraban que el accidente de Chernobyl había ocurrido porque el gobierno comunista era corrupto y no contaba con la tecnología apropiada acusando a la antigua URSS de imponer un férreo manto de silencio para ocultar aquella tragedia. El desastre de Fukushima ocurrió en uno de los países capitalistas más organizados.
Para buena parte del imaginario popular Japón es sinónimo de robots, honor y pujanza económica. La antigua Unión Soviética entregó a los llamados “liquidadores” a una muerte segura, miles de ellos fueron llevados por la fuerza o bajo engaño a inmolarse frente al reactor ardiente.
Por el contrario en Japón poco después del accidente los “héroes de Fukushima” recibían el premio Príncipe de Asturias de la Concordia, por su valor y ejemplo. Tres años después una investigación de la agencia Reuters[14] y otra del diario El Mundo[15] de España dejaban en evidencia que los “héroes” habían sido reemplazados por indigentes, desempleados sin recursos, personas endeudadas y mendigos que viven en las calles.
Mediante subcontrataciones de empresas que reciben fondos de Tepco son reclutados por los Yakuza, la poderosa mafia japonesa. Expuestos a altas dosis radioactivas trabajan sin máscara ni traje de protección, no tienen seguro médico, no reciben formación y una vez que enferman son desechados sin ninguna compensación. Son los esclavos nucleares de Fukushima.
Su paga: poco más que un plato de comida. Un “empleado” de la ciudad de Mito declaraba: “No recibimos comidas o máscaras protectoras, el trabajo de descontaminación es como un gran campo de concentración” La necesidad de renovar constantemente el plantel de trabajadores que han recibido el máximo de radioactividad permitida puso a los Yakuza como intermediarios finales para reclutar a los que no tienen opción, a los pobres de la tierra.
“Más de 50.000 empleados pasaron por la Zona de Exclusión Nuclear y las previsiones indican que se necesitaran otros 11.000 cada año. A pesar de todo Tepco apenas cubre dos tercios de sus necesidades de mano de obra en Fukushima”, asegura el demoledor informe. En Ucrania los “liquidadores” eran soldados, campesinos y bomberos, cientos de miles murieron de cáncer y enfermedades, pocos llegaron a los 50 años de vida.
El moderno Japón también ofrenda sus “liquidadores” al dios del átomo, en la democracia occidental el ejército de reserva es la mano de obra desempleada, los pobres; sus violentos reclutadores, la mafia. Queda claro que en los desastres nucleares la ideología no hace diferencia.
En el país del fascismo naciente
En Japón empieza a fortalecerse un Estado autoritario que parece estar dirigido por lo que el ex primer ministro Naoto Kan llamó “la aldea nuclear”, a la que nos referimos al comienzo. En noviembre de 2012, coincidiendo con el inicio de los trabajos en la pileta del reactor 4, el gobierno del conservador Shinzo Abe promulgó una polémica ley de secretos de estado que castigará hasta con 10 años de cárcel a quien divulgue secretos nacionales, llamados “secretos especiales”, definidos de manera vaga y dando la posibilidad a que cuestiones como la difusión de lo que ocurre en Fukushima, pueda ser clasificado dentro de esta categoría.
Defensores de derechos humanos, periodistas y ciudadanos creen que esta ley restringirá el derecho a la información. El gobierno de Abe se manejó de manera poco transparente sobre todo respecto a la información sobre Fukushima, “los funcionarios de gobierno sistemáticamente limitaron sus informes sobre las condiciones ambientales después del desastre, en detrimento de la salud de muchas personas”, destaca el portal Gloval Voices.
La organización Médicos por la Responsabilidad Social[16] (PSR, por sus siglas en inglés) calificó como normas “sin conciencia” a los niveles de radiación permitidos en las escuelas primarias y secundarias de la prefectura de Fukushima. El gobierno declaró como “segura” la exposición a 20 milisieverts por año para los niños que utilizan los patios de recreo en la región.
PSR denunció que con esos niveles permitidos se los exponen a un riesgo de 1 en 200 de contraer cáncer y si están expuestos a esta dosis durante dos años, el riesgo es de 1 en 100. Para los médicos ganadores del premio nobel de la paz en 1985 “no hay manera de que estos niveles de radiación sean considerados como seguros”.
Mientras estas mentiras se desparraman, en los hospitales de Japón los doctores reciben órdenes de sus superiores de no decir a los pacientes que sus problemas están relacionados con la radiación, pero recientes estudios demuestran que el cáncer de tiroides en niños[17] está comenzando a dispararse mucho antes de lo esperado. En Chernobyl los impactos masivos en la salud comenzaron cuatro años después del accidente nuclear.
Con los alimentos y cultivos en la zona (y en todo el país) altamente contaminados, es de esperarse que la incidencia exponencial de todo tipo de cáncer y enfermedades relacionadas con la radiación, devaste la salud de la población. El gobierno japonés se propone silenciar esta realidad promoviendo leyes que restringen la información.
Pero la mayor cortina de humo es sin dudas el anuncio de la realización de los juegos olímpicos 2020 en Tokio, que contó con la irracional aprobación del comité olímpico que no consideró los riesgos a los que someterán a los deportistas en una ciudad que tiene importantes niveles de contaminación radioactiva[18].
Mientras tanto un régimen nuclear en las sombras sueña con reactivar[19] todas las centrales apagadas. Por esta razón se hace lo posible para que parezca que Fukushima tiene solución y rechazan la posibilidad de construir un sarcófago como en Chernobyl. El ingeniero nuclear Arnie Gundersen sugiere “cubrir todo con hormigón y alejarse por 100 años”.
Creemos que la respuesta más clara al rechazo de esta posibilidad la dio el escritor japonés Hirose Takashi cuando dijo: “aceptar la solución del sarcófago significa admitir que estuvieron equivocados y que no podrán arreglar las cosas. Significa la derrota de la idea de la energía nuclear, una idea que sostienen con casi una devoción religiosa.
Y no significa solamente la pérdida de esos seis (o diez) reactores, significa cerrar todos los demás también, una catástrofe financiera. Si pudieran al menos enfriarlos y ponerlos en marcha otra vez, podrán decir “ven la energía nuclear no es tan peligrosa después de todo”. Fukushima es un drama con el planeta entero observándolo, que puede terminar en la derrota o la victoria de la industria nuclear”
Estamos convencidos que en estas palabras se resume el título de nuestro trabajo. Fukushima es el punto final a todos los mitos nucleares. El colapso del complejo nuclear Fukushima Daiichi determinará el final de la industria nuclear planetaria, sería cuestión de tiempo. Entonces se habrá evitado que la pesadilla del genial cineasta japonés Akira Kurosawa reflejada en el corto “El Fujiyma en rojo”[20] de la película “Los sueños de Kurosawa” se haga realidad.
En solo siete minutos el premonitorio film resume el espanto de la energía nuclear. El drama ronda en los diálogos de los últimos sobrevivientes de la explosión de seis reactores nucleares en Japón (increíblemente la misma cantidad del complejo Fukushima). Una mujer que carga un bebé en su espalda entabla un dramático diálogo con un hombre de la industria atómica:
– “Nos dijeron que las plantas nucleares eran seguras. El peligro son los errores humanos no la planta en sí misma”. “No habrá accidentes, no hay peligro. Eso fue lo que dijeron. ¡Qué mentirosos! ¡Si no los cuelgan por esto, los mataré con mis propias manos!”-. Grita desesperada la mujer
– “No te preocupes. La radioactividad los va a matar”.- Responde el funcionario “Lo siento…yo soy uno de esos que merece morir”, finaliza.
Las caras se iluminan, la radioactividad se acerca. En la siguiente escena el burócrata del átomo se habrá arrojado al mar. ¿Será ese el destino de Japón? ¿Exageramos al pensarlo?
Estamos convencidos que sólo el compromiso de los pueblos alrededor del mundo pondrá fin algún día a esta irracional manera de obtener energía. Las plantas nucleares nos enfrentan al fantasma de la bomba atómica, al drama sin solución de los residuos radioactivos y a la posibilidad de otro Chernobyl o de otro Fuksuhima. La sola acumulación de elementos radioactivos pululando la tierra durante milenios pone en riesgo la existencia humana. ¿Con qué derecho condenamos a decenas de generaciones?
Es el momento de abjurar de la energía nuclear, el planeta no puede soportar otro Fukushima. Socializar la información es un deber que todo ciudadano comprometido con la vida debe asumir. Quedarse al margen es inmoral.