Por Kamil Ahsan, Noticias de Abajo, 11 de agosto de 2014
La investigación científica no está libre de las ataduras de la política
En la película de Stanley Kubrick del año 1964 Dr. Strangelove (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú) aparece el personaje del general Jack D. Ripper, un persona profundamente neurótica, paranoica, que insistía en que la fluoración del agua era un complot comunista contra los estadounidenses. Ripper estaba desquiciado, pero también era la personificación de esa insistencia de la gente en los beneficios medicinales del fluoruro.
La historia no se muestra benevolente con las personas que se resisten al progreso científico: se les pinta como trogloditas inflexibles. Hoy en día, la fluoración del agua se ve con tanta normalidad como el uso de la electricidad y otros avances, en un camino hacia la mejora tecnológica, a pesar de esas personas que supuestamente van en contra de la Ciencia. Así es más o menos como lo cuenta el avance científico. Para estos, cualquier crítica de este proceso histórico equivale a una oposición a ese avance.
Pero esto es algo absurdo. Hay, por supuesto, mucha charlatanería por parte de los que se oponen a la fluoración del agua. Tampoco es correcto decir que la comunidad científica haya hecho un pacto con el diablo para evitar que esté en el orden del día el calentamiento global producido por el hombre. Del mismo modo, después de décadas de nuevos descubrimientos en el campo de la Biología, todavía una tercera parte de la opinión pública estadounidense rechaza la evolución.
Peso resulta asombroso cuando estos defensores de la Ciencia meten en el mismo saco a los que niegan el cambio climático, a los que se oponen a los transgénicos y a los activistas ambientales de base: a todos ellos los tratan como en contra de la Ciencia. Se trata de un análisis simplista que tiene sus raíces en la presunción de que la Ciencia está por encima de cualquier crítica, incluso por encima de la Política.
Es el Nuevo Cientifismo, donde las discusiones de la Política Científica son manejadas por expertos en base a “un cuerpo de investigación”, dejando al margen al público en general, de modo que plantear preguntas que pudieran parecer hostiles a la investigación científica supone la consideración de en contra de la Ciencia.
Ante este fenómeno, la izquierda debe insistir en el carácter intrínsecamente político de la investigación científica.
Cualquier discusión sobre el estado de la Ciencia debe afrontar el elevado incremento en los últimos decenios de la investigación científica financiada con fondos privados. En otras palabras, debe lidiar con un status quo que algunos científicos cuestionan o incluso reconocen.
Hoy en día, una gran cantidad de científicos están al servicio de las grandes empresas farmacéuticas y todo tipo de Corporaciones que desarrollan programas que destruyen el medio ambiente o son claramente antisociales. Mientras tanto, los científicos, aunque todavía muchos de ellos están financiados con fondos públicos, mantienen sus propios vínculos con el capital: reciben subvenciones o becas de formación de empresas biotecnológicas, farmacéuticas o de grandes empresas agrícolas; supervisan y participan en eventos y congresos financiados por la Industria; y mantienen vínculos con la Industria para los estudiantes de postgrado y candidatos postdoctorales.