Por Biodiversidad No. 81, agosto de 2014
El proceso de concentración y privatización de tierras, que es un componente estructural de los procesos coloniales de los últimos 500 años, ha tenido un agravamiento y crecimiento exponencial durante los últimos 6 años con el llamado acaparamiento global de tierras. En un principio parecía que estábamos ante una situación en que “los gobiernos de países con ‘inseguridad alimentaria’, que dependen de las importaciones para alimentar a sus pueblos, buscaban allegarse tierras agrícolas por todo el mundo donde pudieran producir sus propios alimentos fuera del país”. Sin embargo, muy pronto constatamos que detrás de este discurso se escondía una nueva oportunidad para que las corporaciones y los capitales financieros especulativos se lanzaran a esta nueva “conquista” que ya no tenía las dimensiones norte-sur de las anteriores, si no que en ambos espacios tenía a conquistadores y conquistados.
En este vistazo damos cuenta de algunos de los muchos casos que existen y de las luchas que desde lo local y lo global se están dando para frenar este acaparamiento y mantener los territorios vivos en manos de las comunidades.
La apropiación de tierras es un proceso que ha venido ocurriendo por siglos. Basta con pensar en el “descubrimiento” de América por Colón y en la brutal expulsión de las comunidades indígenas que desencadenó, o en los colonialistas blancos que se adueñaron de los territorios ocupados por los maoríes en Nueva Zelanda y por los zulúes en Sudáfrica. Es un proceso violento muy vivo hoy en día, de China a Perú.
No pasa ni un solo día sin que la prensa nos informe de las luchas por la tierra —y empresas mineras como Barrick Gold invaden las montañas de América del Sur, o corporaciones de alimentos como Dole o San Miguel estafan a los campesinos filipinos para quedarse con sus derechos sobre la tierra. En numerosos países los inversionistas privados están comprando grandes extensiones para disponer de ellas como parques naturales o áreas de conservación. Y a dondequiera que uno mire, la nueva industria de los agrocombustibles, promovida como respuesta al cambio climático, parece basarse en expulsar a la gente de su tierra.
No obstante, algo más peculiar está ocurriendo. Las dos grandes crisis globales que estallaron en los últimos 15 meses —la crisis alimentaria mundial y la crisis financiera, más vasta, de la cual la crisis alimentaria es parte — están engendrando una nueva y preocupante tendencia a comprar tierras para la producción dislocada de alimentos. Son dos las agendas paralelas que impulsan a dos tipos diferentes de acaparadores de tierras. Pero aunque sus puntos de partida difieran, sus pasos terminan convergiendo.
El primer tipo de especuladores está vinculado a la seguridad alimentaria. Varios países que dependen de la importación de alimentos y están preocupados por lo competido de los mercados, aun cuando tienen dinero en efectivo para repartir, buscan dislocar su producción interna de alimentos, es decir producirlos fuera del su país adueñándose y controlando tierras agrícolas en otros países.
Consideran esto como una innovadora estrategia de largo plazo para alimentar a sus pueblos a buenos precios y con mucha mayor seguridad que hasta ahora. Arabia Saudita, Japón, China, India, Corea, Libia y Egipto están en ese camino. Desde marzo de 2008, funcionarios de alto rango de muchos de esos países han estado activamente en la búsqueda diplomática de tierras fértiles en lugares como Uganda, Brasil, Camboya, Sudán y Pakistán.
Dada la continuada crisis de Darfur, donde el Programa Mundial de Alimentos intenta alimentar a 5 millones 600 mil refugiados, podría parecer disparatado que haya gobiernos extranjeros que estén comprando tierras en Sudán para producir y exportar alimentos a sus propios ciudadanos.
Lo mismo ocurre en Camboya, donde 100 mil familias (medio millón de personas), carecen actualmente de alimentos. Y sin embargo eso es lo que está ocurriendo hoy. Convencidos de que las oportunidades agrícolas son limitadas y de que no es posible confiar en el mercado, los gobiernos con “inseguridad alimentaria” están comprando tierras en todos lados para producir sus propios alimentos. Por otro lado, los gobiernos que están siendo “cortejados” para hacer uso de sus tierras agrícolas, generalmente dan la bienvenida a esos ofrecimientos de nuevas inversiones extranjeras.
El segundo grupo de especuladores va por las ganancias financieras. Frente al desplome financiero actual, toda suerte de actores de las finanzas o la industria alimentaria —las casas de inversión que manejan las pensiones de los trabajadores, los fondos de capitales privados que buscan ganancias rápidas, los fondos de cobertura que huyen del mercado ahora derrumbado de los instrumentos derivados, los comerciantes de granos que buscan nuevas estrategias de crecimiento— están recurriendo a la tierra para producir alimentos, para combustibles, y como nueva fuente de lucro.