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Tras ese episodio, Marco Vernaschi logró que la Fundación Hospitalaria ingresara a Silvia como paciente para que pudiera parir ahí. El parto tenía fecha para los primeros días de enero, cuando Aixa ya se hubiera recuperado de la cirugía. Silvia tenía miedo al dolor del parto.
Su hijo anterior había pesado más de cinco kilos y prefería una cesárea. Pero el obstetra de la clínica la convenció de que un parto natural sería más fácil —no tendría posoperatorio, suturas, días de reposo—, y a Silvia no le gusta discutir. Lo único que le rogó fue que accedieran a hacerle lo que en Chaco le habían negado dos embarazos atrás: una ligadura de trompas.
Y así fue. “Un parto suavecito, nada que ver con el anterior”, diría Silvia el 10 de enero, después de unas pocas contracciones, con un bebé que no llegaría a los tres kilos en sus brazos y al que ella decidiría llamar Marco, en gratitud al fotógrafo.
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A Aixa le gustan los elefantes, las princesas, los libros de cuentos largos y Lisa Simpson. La mira en la tele y no puede evitar reírse aunque el pastor de su iglesia ya le dijo que a ésa la dibujó el diablo. Ahora también le gusta el músico inglés que les dio la plata para operarla y un poco, también, su música, aunque le resulta triste.
A pedido de Vernaschi, antes de viajar de vuelta a Avia Terai, madre e hija grabaron un video: sentadas sobre un banco que tiene la forma de un corazón, Silvia tiene en brazos a Marco, su bebé, y Aixa está sonriendo a su derecha. Hay barullo y el bebé está a punto de llorar. Silvia habla rápido: “Te queremos agradecer todo lo que hiciste, el habernos ayudado. No tengo nada más para decir”.
Además de los tumores de la espalda, que le extirparon (y cuya biopsia confirmó que eran benignos), a Aixa le dieron a elegir, de las cientos de manchas con las que nació, dos que quisiera quitarse. Ella marcó las que estaban cubiertas de pelos en su mejilla izquierda.
Por eso ahora tiene una cicatriz rosada que se cubre con un mechón de pelo. De los tumores no quiere hablar. El recuerdo de esas protuberancias que sobresalían de la parte baja de su espalda le resulta tan vergonzoso como haberlas tenido. Dice que no quiere operarse nunca más y que no le importa saber que el resto de las manchas van a quedarle como ahora.
También que su hermano, que nació hace pocos días, es más llorón de lo que imaginaba y que espera que en su casa se vuelva más tranquilo.
—Odio estar acá: el ruido, los autos, extraño a mi hermana. Mi casa limpia. ?Y quiero volver a la escuela. Soy la mejor alumna, ¿te conté? Además, todo esto ya me tiene cansada.
Fuente: GATOPARDO