Por Roberto Gortaire, ALLPA, julio de 2015
¿Puede la agricultura patrimonial dar respuestas del pasado para la agricultura del futuro? Un análisis de varios sistemas de honda raíz nos demuestra cuánto tiene que aprender aún la moderna agroecología.
Hace un año fui invitado a participar de una investigación que intentaba descubrir las formas ancestrales de agricultura en el Ecuador que pudieran considerarse patrimoniales. Pude recorrer todo el país y conocer de cerca el talento y el ingenio que han desarrollado nuestros pueblos originarios campesinos e indígenas para alcanzar una agricultura eficiente, inteligente y que resuelva los ingentes y críticos problemas que afronta el sistema agroalimentario.
En cada lugar me preguntaba cómo era posible que hayamos dado la espalda a tantos saberes, tecnologías, agrobiodiversidad tan valiosa, y a toda una cultura que sigue vigente y resistiendo a pesar del impacto que genera la expansión urbana, la agricultura industrial y el extractivismo.
Como profesional de la agronomía muchas veces fui sorprendido y superado por la capacidad de estas familias agricultoras para adaptarse a circunstancias extremadamente difíciles y me di cuenta que nuestras modernas ciencias agrarias y el camino de desarrollo que se ha ido imponiendo, tienen muy poco que ofrecer y mucho que aprender de estos pueblos.
Cultivar y cosechar tantas variedades de maíz en medio de las piedras secas en Catacocha, o en las chakras amazónicas del Napo en pleno bosque húmedo, o sobre 3 mil metros de altura en Cañar o Cotacahi es fruto de una tarea milenaria que pocos reconocen, y no trabajo de fitomejoradores o centros de investigación modernos; así mismo, la crianza de 120 diversas especies vegetales y animales imbricadas en un complejo agrario casi mimetizado con la selva solo es posible en el Aja que de hace centurias desarrollan las mujeres del pueblo Shuar.
Qué decir de la calidad de productos diversos de la finca tradicional de los montubios, o de las canoeras, colinos y canteros de los hermanos Chachis y afroecuatorianos, o de la fuerza productiva de los pueblos del manglar. Diversidad, ingenio por todos lados.
Algunos dirán que estas letras van cargadas de romanticismo y folclor, que la pobreza agobiante en estos mismos pueblos es fruto de su “retraso”, y que la respuesta verdadera está en la tecnología de punta, semillas de alto rendimiento con químicos, más químicos, más modernización… a mi juicio son más bien esas las propuestas obsoletas y fracasadas, desde hace décadas.
En contraste estos pueblos, comunidades y familias tienen su propia voz, y a pesar de tanto desprecio histórico, ellos no nos reclaman sino que nos ofrecen el mejor fruto de su trabajo laborioso y su patrimonio, que está en nuestra mesa todos los días de la vida. Creo firmemente que si tan solo fuéramos recíprocos y les diéramos el valor que corresponde a su esfuerzo sería más que suficiente para superar las pobrezas; y más aún, si reconocemos su talento y valoramos tanto conocimiento que en el pasado hemos despreciado, seguramente encontraremos las respuestas para la agricultura del futuro.